domingo, 15 de junio de 2008

Prohibido fumar y salivar


Hoy, tras bastante tiempo sin escribir (disculpas, nos fuimos de viaje y de bautizo), quiero hablar sobre los autobuses en Montevideo, aquí llamados ómnibus. Una flota gigantesca y destartalada que surca las calles de esta ciudad llevando montevideanos entre las decenas de barrios que la pueblan, al módico precio de 13,50 pesos, lo que no llega a medio euro.

Me afirmo orgullosa usuaria del transporte público uruguayo y me alegro de haberme aventurado más allá de la parada de taxis de al lado de casa, que regenta el afable Nelson. Porque sólo así he podido saber que en los ómnibus está terminantemente prohibido "fumar y salivar". En ellos no existen los asientos para minusválidos ni discapacitados, sino que hay un "sitio para lisiados". Las cosas, por su nombre, en este país. Y otra placa informa al viajero de que por razones de seguridad también se prohíbe tomar mate en el vehículo. La razón, sin duda acertada, es que si hay un accidente o un frenazo:

1. El tomador de mate puede acabar con la bombilla (la cánula de alpaca o plata con la que se sorbe la bebida) asomándole por el cogote.

2. El tomador arriba mencionado y quienes le rodean corren el riesgo de escaldarse con el agua caliente que se vierte sobre la hierba para preparar la bebida.

Tiene sentido, ¿no?.

A los ómnibus de Montevideo pueden subir gratis los escolares, siempre y cuando lleven puesta la túnica que los identifica. Dicha prenda es bueno, una túnica, sí. Una bata blanca que por lo general está rematada en el cuello con un enorme lazo oscuro, y con la que es delicioso ver a los niños caminar por la calle.

En fin, si alguna vez tienen la suerte de visitar esta ciudad, no dejen de tomar (nunca, nunca coger) un ómnibus. Es quizá, junto a la Rambla, la mejor forma de observar y aprender sobre los montevideanos.

Crédito de la fotografía: www.espectador.com

martes, 6 de mayo de 2008

Tristán Narvaja, Tennyson y una Remington


Tenía pendiente hablaros de Tristán Narvaja y hoy voy a hacerlo. Tristán Narvaja es el grán rastro de Montevideo. Bonito nombre, ¿verdad? Lo toma de la calle que le hace de arteria principal, alrededor de la cual se extienden como varicillas un sinnúmero de callejuelas repletas de todo lo que uno pueda imaginar. No he visto nada parecido -creo que esto ya lo he dicho-. Ni en el Rastro de Madrid, ni en Portobello o el últimamente ahumado Candem, ni en el porteño San Telmo. Tampoco en la Ciudad Vieja de Jerusalén ni en un gran mercado a las afueras de Bangkok que tiene un nombre muy raro.

Es la feria de Tristán Narvaja un paraíso de lo viejo. En la melé de verduras, especias, gallinas, plantas, ropas y aperos del hogar lo que más abundan son pequeñas almonedas de andar por casa, millones de objetos pequeños, medianos y grandes, cada uno con una historia que apetece imaginar. Hormas de zapato que debió usar el mismísimo Artigas para sus botas. Encajes delicados, limosneras, chapas de botellas, sifones que quizá empuñó Gardel -uruguayo, por cierto, aunque casi nadie lo sabe-, vajillas de cuando el puré de patata no venía en bolsa, cuchillos, floretes de esgrima, lentes de metal retorcidas como las de Rompetechos, cajas, cajitas, cajones, cojines... y libros, pilas y pilas de libros viejos.

Allí, el domingo pasado, Jas encontró un tesoro. Un ejemplar de 1907 del poeta por antonomasia del mundo artúrico, Tennyson. "Poetical works". 200 pesos (1 euro son 30 pesos). Lo depositamos, con reverencia, entre los otros muchos tesoros literarios que hemos ido hallando en esta ciudad (eso, otro día).

Yo encontré otro tesoro. Una Remington viejísima pero en perfecto estado de funcionamiento. 500 pesetes. Aún no hemos conseguido fecharla, estamos en ello, pero calculamos que es de los años 30. La caja, atacada por el moho, tenía dentro un par de plumas de gallina, pero por suerte nada que estuviera vivo. ¿Quién habrá tecleado en esa máquina? ¿Quién compró, en 1907, ese libro de Tennyson?

Jas encontró, además, una vieja edición, una cuarta, de las poesías completas de Antonio Machado, mi poeta, que después me regaló. Está llenito de subrayados y el nombre del propietario ha sido tachado de la portada. Qué pena.

Por supuesto, cuando vamos a Tristán Narvaja viene con nosotros nuestro hijo, Rodrigo (8 meses, 1 semana y 2 dientes). Le lleva su padre en la mochila, y ya le saludan en algunos puestos. Abre la boca alucinado cuando llegamos, y no la cierra hasta que vamos de regreso.

Sí que es un mundo esa feria, sí.
(Crédito de la fotografía: www.stonek.com)

miércoles, 30 de abril de 2008

Crepitando

Tenemos una gran chimenea en el salón de casa y ayer la encendimos por primera vez. El invierno austral ha llegado de un día para otro, de golpe. Aquí no he visto grajos que vuelen bajo, pero hace un frío del carajo igual.
Yo la habría encendido hasta en verano, sólo por el placer de mirarla. Bueno, pues la encendimos sin mayor problema y ¿qué hicimos entonces? Podríamos habernos recostado lánguidamente a su vera, sobre una alfombra blanca y peluda de mismísimo oso polar, y bebido champán carísimo en copas que después habrían acabado en las ascuas. Pues no, nosotros asamos unos chorizos y vimos en TVE internacional un programa especial del Chikilicuatre. Con dos cojones, haciendo patria.
Ahí estaban Santiago Segura de esmóquin, una señorita que no conozco en vaqueros y el chikilicuatre, de sí mismo, con ese deje en su hablar que nos hace sospechar que es de por estos lares. También con dos cojones, riéndose de toda España, que le sigue el juego encantada. Porque qué importan la crisis inmobiliaria, el nuevo Ministerio de Defensa y Obstetricia, la leche por las nubes o las mujeres que siguen muriendo a manos de sus consortes o ex. ¿Qué importa nada, mientras todos nos sepamos el baile del chikilicuatre?
Dicen que la patria se siente más cuando uno está muy lejos. Yo la siento eso mismo, mucho más lejos. No la reconozco. Es como un gran chiste allá en lontananza. "La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María". Qué razón tenía el poeta. Dicen que murió de añoranza allá en Colliure. Yo no sé qué pensar.

viernes, 25 de abril de 2008

El afilador

¿Recordais esa figura, ya casi perdida en España? Ese personaje, que a bordo de una bicicleta/vespino/motocarro/loquesea surcaba las calles y se anunciaba, además de con un armonioso berrido -¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AFILAOOOOOOOOOOOR!!!!!!!!!!- con una musiquilla mezcla de armónica y silbido? (¿armoniquido? ¿silbónico?) Bueno, hace muchos años que en España no oigo esa tonada, pero el personaje, el oficio, aún pervive en Uruguay.
Pero eso no es lo mejor, no. Lo mejor es que en vez de perderse en la memoria, quizá tras una OPA de http://www.afiladorencasa.com/, aquí hay otras empresas que han adoptado su modus operandi.
Esta mañana oí el armoniquido, o algo que se le parecía, y corrí hacia la puerta, en parte por pura nostalgia y en parte porque tengo casi todos los cuchillos de cocina desmochados. Y un par de tijeras. ¿Y qué vi? Hete aquí al equivalente del camión del butano en la madre patria. Es más, no era sino el camión del butano uruguayo anunciando por toda la calle su llegada. Me atrevo a decir que incluso de forma más marchosa que el afilaor, aunque sólo con melodía y sin trinar ¡¡¡¡¡¡¡BUTANOOOOOOOOO!!!!!!!! ni nada. Una maravilla.
Después supe, de buena tinta, que son más los servicios que dan a conocer su presencia en los barrios. Madre mía, no puedo esperar a escucharlos...
Así que por la tarde le conté esto mismo a Jas. Es curioso, cómo un mismo estímulo puede dar lugar a tan distintas reacciones. No somos perros de Paulov, no (Fito y Frida sí, porque pierden el culo en cuanto se abre la nevera, sin que ésta tenga campanita ni nada. Son canes paulovianos 2.0).
El caso es que Jas ya conocía el camión del butano, el cual, me explicó, le persiguió durante varias calles un día que iba/venía hacia/desde el trabajo/trabajo. Abominó del mismo. Aseguró que era una pesadilla, que sus trinos doblaban la esquina y se le adelantaban, a pesar de que él camina a toda leche y el camión va pisando huevos. Y su indignación se debía a que el acoso butanero le impedía escuchar la música de sus cascos. No es que mi chico sea un caballo, o que se desplace en jamelgo, no. La explicación exacta es que el silbido del camión se le colaba en los oídos y le impedía oir la música que emitía el i-pod. Pero es que, sea i-pod, discman, walkman o el orfeón donostiarra a paso ligero, a todo aparato que emite música que llega a las orejas vía un cablecito y dos auriculares, siempre le llamaré cascos. Sí, como al ex ministro.
Mañana planeamos ir a ver una representación de La Cumparsita, que va a tener lugar (parezco una invitación de boda ¿no?) todos los días del año en el centro de la ciudad. Ya os contaré. También vamos a aprender a bailar tango, pero esa ya es otra historia.

miércoles, 23 de abril de 2008

Montevideo


Aquí vivimos, por motivos laborales, desde principios de año. Al borde del Río de la Plata, Montevideo cobija a millón y medio de almas, más o menos, y la mayoría de ellas encantadoras. Cuando me preguntan qué es lo mejor de Uruguay siempre respondo que los uruguayos. De verdad. Creo que la única vez en que me han mirado con una especie de mala cara fue una vez en el súper, cuando pedí a la embolsadora que pusiera todos los congelados en la misma bolsa. ¡Oh, la excentricidad gallega! Para ser sincera, ni siquiera fue una mala cara, sólo me miró como si le hubiera pedido que me separara los pimientos rojos de los verdes porque se llevan fatal y se dan de bofetadas camino a casa.

Hay muchas cosas que contaría sobre esta ciudad, pero no pretendo hacer de este escrito una guía turística. Ni sentar cátedra. Esta es posiblemente mi limitada visión de un lugar al que llegué hace apenas 4 meses.

Le decía a mi chico este domingo que Montevideo es como el patio de los montevideanos. Esto se entiende si uno pasea por sus decenas de kilómetros de Rambla (paseo marítimo o fluvial en este caso) en fin de semana. Aquí, si despunta un rayito de sol, no se queda en casa ni Dios. A lo largo del paseo familias enteras aparcan sus coches -en la misma carretera que pespunta la Rambla- sacan las sillas y ale, a tertuliar alrededor del mate. ¿Que hay sueño? Pues una siestecita en el auto. Muchos van con los aperos de pesca y echan las horas junto al sedal, pero de momento no he visto que nadie saque nada en el anzuelo. En serio, la Rambla no tiene nada que ver con nada que haya visto en otros paseos marítimos alrededor del mundo. Además, cada trocito de paseo tiene un nombre: la Rambla Gandhi, la Naciones Unidas, la De Gaulle, Francia, Gran Bretaña, de Armenia y del Perú...

Igual sucede en los montones de parques que tiene la ciudad. Vivimos al lado del Rodó, que tiene verde para aburrir, un estanque con patos, fuentes secas y todos sus complementos de parque-. Los domingos hay un mercado y música en vivo, desde grupos de rock a chicos que usan como instrumentos bidones y sartenes. Y una señora muy simpática que vende rollitos de primavera fritos en el momento. Bueno, pues los que no están sentados en la Rambla, lo están en el parque. Da gusto.

De la Feria de Tristán Narvaja, que también se celebra los domingos y es como el Rastro de Madrid cuando aún tenía encanto, hablaré otro día. También de las librerías de viejo, de los remates, de la ciudad vieja y la Plaza Matriz, del Prado y la semana gaucha, de las fruterías de barrio y los taxistas, del Palacio Salvo y el de Pitamiglio, de la puritita poesía que son las pintadas y las pancartas callejeras. Pero eso, otro día.

(Crédito fotografía: elpais.com.uy)

lunes, 21 de abril de 2008

El Medio y Medio de Roldós


El "Medio y Medio" que da nombre a este blog es un maravilloso vino frizzante -vamos, con burbujitas, la bestia negra de todo enólogo, creo- muy típico de Uruguay y que fue creado por la casa Roldós del Mercado del Puerto de Montevideo, que es donde es clásico beberlo.
Allí fue donde lo descubrimos, en su variante blanca, aunque ahora hemos evolucionado y le damos al rosado cosa fina. La apertura nocturna de la botella en cuestión se ha convertido casi en un ritual, en parte porque lo metemos un ratito en el congelador -llamado aquí freezer- y el descorche poco tiene que envidiar al mejor de los lanzamientos ocurridos en Cabo Cañaveral. Pero sobre todo, porque marca el inicio de la conversación del final del día. "Pop", dice el corcho. "Ya estamos en casa". Que por cierto, el corcho es de plástico -otra bestia negra de los arriba mencionados-.
Hay que decir que este hidromiel no sabe igual en cualquier ocasión. Consúmase de noche, y en taburetes en la cocina, antes que cenando frente al televisor. Procedase, entonces, a arreglar el mundo, o a echar unas risas, o a mirarse a los ojos con su pareja. Mírense las cosas a través de sus burbujas, o del basto vidrio verde de su recipiente. Mejor, ¿no?
Brindo, con Medio y Medio, por el comienzo de este blog.
Nota Bene: A Dios pongo por testigo de que no estamos patrocinados por la marca comercial antes mencionada.