viernes, 25 de abril de 2008

El afilador

¿Recordais esa figura, ya casi perdida en España? Ese personaje, que a bordo de una bicicleta/vespino/motocarro/loquesea surcaba las calles y se anunciaba, además de con un armonioso berrido -¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AFILAOOOOOOOOOOOR!!!!!!!!!!- con una musiquilla mezcla de armónica y silbido? (¿armoniquido? ¿silbónico?) Bueno, hace muchos años que en España no oigo esa tonada, pero el personaje, el oficio, aún pervive en Uruguay.
Pero eso no es lo mejor, no. Lo mejor es que en vez de perderse en la memoria, quizá tras una OPA de http://www.afiladorencasa.com/, aquí hay otras empresas que han adoptado su modus operandi.
Esta mañana oí el armoniquido, o algo que se le parecía, y corrí hacia la puerta, en parte por pura nostalgia y en parte porque tengo casi todos los cuchillos de cocina desmochados. Y un par de tijeras. ¿Y qué vi? Hete aquí al equivalente del camión del butano en la madre patria. Es más, no era sino el camión del butano uruguayo anunciando por toda la calle su llegada. Me atrevo a decir que incluso de forma más marchosa que el afilaor, aunque sólo con melodía y sin trinar ¡¡¡¡¡¡¡BUTANOOOOOOOOO!!!!!!!! ni nada. Una maravilla.
Después supe, de buena tinta, que son más los servicios que dan a conocer su presencia en los barrios. Madre mía, no puedo esperar a escucharlos...
Así que por la tarde le conté esto mismo a Jas. Es curioso, cómo un mismo estímulo puede dar lugar a tan distintas reacciones. No somos perros de Paulov, no (Fito y Frida sí, porque pierden el culo en cuanto se abre la nevera, sin que ésta tenga campanita ni nada. Son canes paulovianos 2.0).
El caso es que Jas ya conocía el camión del butano, el cual, me explicó, le persiguió durante varias calles un día que iba/venía hacia/desde el trabajo/trabajo. Abominó del mismo. Aseguró que era una pesadilla, que sus trinos doblaban la esquina y se le adelantaban, a pesar de que él camina a toda leche y el camión va pisando huevos. Y su indignación se debía a que el acoso butanero le impedía escuchar la música de sus cascos. No es que mi chico sea un caballo, o que se desplace en jamelgo, no. La explicación exacta es que el silbido del camión se le colaba en los oídos y le impedía oir la música que emitía el i-pod. Pero es que, sea i-pod, discman, walkman o el orfeón donostiarra a paso ligero, a todo aparato que emite música que llega a las orejas vía un cablecito y dos auriculares, siempre le llamaré cascos. Sí, como al ex ministro.
Mañana planeamos ir a ver una representación de La Cumparsita, que va a tener lugar (parezco una invitación de boda ¿no?) todos los días del año en el centro de la ciudad. Ya os contaré. También vamos a aprender a bailar tango, pero esa ya es otra historia.

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