miércoles, 23 de abril de 2008

Montevideo


Aquí vivimos, por motivos laborales, desde principios de año. Al borde del Río de la Plata, Montevideo cobija a millón y medio de almas, más o menos, y la mayoría de ellas encantadoras. Cuando me preguntan qué es lo mejor de Uruguay siempre respondo que los uruguayos. De verdad. Creo que la única vez en que me han mirado con una especie de mala cara fue una vez en el súper, cuando pedí a la embolsadora que pusiera todos los congelados en la misma bolsa. ¡Oh, la excentricidad gallega! Para ser sincera, ni siquiera fue una mala cara, sólo me miró como si le hubiera pedido que me separara los pimientos rojos de los verdes porque se llevan fatal y se dan de bofetadas camino a casa.

Hay muchas cosas que contaría sobre esta ciudad, pero no pretendo hacer de este escrito una guía turística. Ni sentar cátedra. Esta es posiblemente mi limitada visión de un lugar al que llegué hace apenas 4 meses.

Le decía a mi chico este domingo que Montevideo es como el patio de los montevideanos. Esto se entiende si uno pasea por sus decenas de kilómetros de Rambla (paseo marítimo o fluvial en este caso) en fin de semana. Aquí, si despunta un rayito de sol, no se queda en casa ni Dios. A lo largo del paseo familias enteras aparcan sus coches -en la misma carretera que pespunta la Rambla- sacan las sillas y ale, a tertuliar alrededor del mate. ¿Que hay sueño? Pues una siestecita en el auto. Muchos van con los aperos de pesca y echan las horas junto al sedal, pero de momento no he visto que nadie saque nada en el anzuelo. En serio, la Rambla no tiene nada que ver con nada que haya visto en otros paseos marítimos alrededor del mundo. Además, cada trocito de paseo tiene un nombre: la Rambla Gandhi, la Naciones Unidas, la De Gaulle, Francia, Gran Bretaña, de Armenia y del Perú...

Igual sucede en los montones de parques que tiene la ciudad. Vivimos al lado del Rodó, que tiene verde para aburrir, un estanque con patos, fuentes secas y todos sus complementos de parque-. Los domingos hay un mercado y música en vivo, desde grupos de rock a chicos que usan como instrumentos bidones y sartenes. Y una señora muy simpática que vende rollitos de primavera fritos en el momento. Bueno, pues los que no están sentados en la Rambla, lo están en el parque. Da gusto.

De la Feria de Tristán Narvaja, que también se celebra los domingos y es como el Rastro de Madrid cuando aún tenía encanto, hablaré otro día. También de las librerías de viejo, de los remates, de la ciudad vieja y la Plaza Matriz, del Prado y la semana gaucha, de las fruterías de barrio y los taxistas, del Palacio Salvo y el de Pitamiglio, de la puritita poesía que son las pintadas y las pancartas callejeras. Pero eso, otro día.

(Crédito fotografía: elpais.com.uy)

1 comentario:

Nostromo dijo...
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