Hoy, tras bastante tiempo sin escribir (disculpas, nos fuimos de viaje y de bautizo), quiero hablar sobre los autobuses en Montevideo, aquí llamados ómnibus. Una flota gigantesca y destartalada que surca las calles de esta ciudad llevando montevideanos entre las decenas de barrios que la pueblan, al módico precio de 13,50 pesos, lo que no llega a medio euro.
Me afirmo orgullosa usuaria del transporte público uruguayo y me alegro de haberme aventurado más allá de la parada de taxis de al lado de casa, que regenta el afable Nelson. Porque sólo así he podido saber que en los ómnibus está terminantemente prohibido "fumar y salivar". En ellos no existen los asientos para minusválidos ni discapacitados, sino que hay un "sitio para lisiados". Las cosas, por su nombre, en este país. Y otra placa informa al viajero de que por razones de seguridad también se prohíbe tomar mate en el vehículo. La razón, sin duda acertada, es que si hay un accidente o un frenazo:
1. El tomador de mate puede acabar con la bombilla (la cánula de alpaca o plata con la que se sorbe la bebida) asomándole por el cogote.
2. El tomador arriba mencionado y quienes le rodean corren el riesgo de escaldarse con el agua caliente que se vierte sobre la hierba para preparar la bebida.
Tiene sentido, ¿no?.
A los ómnibus de Montevideo pueden subir gratis los escolares, siempre y cuando lleven puesta la túnica que los identifica. Dicha prenda es bueno, una túnica, sí. Una bata blanca que por lo general está rematada en el cuello con un enorme lazo oscuro, y con la que es delicioso ver a los niños caminar por la calle.
En fin, si alguna vez tienen la suerte de visitar esta ciudad, no dejen de tomar (nunca, nunca coger) un ómnibus. Es quizá, junto a la Rambla, la mejor forma de observar y aprender sobre los montevideanos.
Crédito de la fotografía: www.espectador.com